diciembre 09, 2004

Ayer en la noche organice una fiesta donde lo único que sonaría seria el Sea Change de Beck.

Todos los ahí presentes bebíamos cerveza pero Mr. S. se empeñaba en servirnos vino tinto en vasitos dispuestos a la luz de la luna que estaba siendo pellizcada por mis confianzudos invitados. Yo obviamente me sentí apenadísima, y le serví entonces un par de poemas en una copa de cristal traído desde Júpiter, uno era de Sabines y otro de Borges. Después me disculpe formalmente.
Llegaron las estrellas, invitadas por la noche, que en ese entonces ya estaba algo entonada por el vino tinto y la melancólica vos pre-puber del buen Beck.
Yo seguía bailando tango pegada al menudo cuerpo de no sé quien, mientras que Mr. S. con su facha de personaje de película de Todd Solondz y su aliento de suicida alcoholizado sirvió botellas y botellas de vino tinto para todos.
Afortunadamente, la noche aunque esté borracha, siempre trae consigo el entendimiento, y el día siempre sopla fuerte los muslos de la aurora que nos hace partir a casa,

no sin antes despedirnos con un fuerte abrazo.