Citlalli breakfast

Pues ya estábamos a las 9:45 am (horario de verano) en el metro de París, estación insurgente dirección observatorio. Sin mayor gloria que la que nos brindaron unos “jaloncitos” -dijo él-, que veníamos arrastrando desde el parque México, cuando salimos de su casa una hora y veinte minutitos antes (horario de invierno). Nos rendimos, al quinto escalón, antes de llegar al anden, cuando Citlalli, más aya de mis alegrías prefabricadas oyó la amarga y melodiosa voz del Rey Lagarto, galopando en las tormentas. ¿Imposible? ¿En el metro? Risas y silencios. Continuo Break on trought y cantamos, tirados en el suelo, como si viviéramos en ese lapso de tiempo que nos fue robado del reloj la noche del sábado. En esa borrachera, solo oímos quejas y quejas de nuestros respectivos (ex) sweet hearts, luego todos callamos, se nos olvido cantar, así que unas horas después, en nuestro afán por desayunar en el Café Tacuba o ya rumbo a cualquier fondita garnachera de por catedral, redimimos nuestras culpas. De la penitencia tipo limosneo, resultaron cuatro varos, (dos que amablemente una señora nos brindo y otros dos de unas niñitas que se andaban ligando a mi amigo) unos chicles (¿quién da chicles?) y dos boletos del metro (supongo que con la petición subjetiva marcada en el “vale por un viaje” de no volvernos cantantes de metro). Finalmente cuando sonó End of the night, me dieron escalofríos, y sentí la penosa necesidad de ir a decirle al programador de música del metro, o como se le diga a ese que le dio por poner a The Doors un domingo triste de cruda por la mañana: ¡Gracias, es usted poca madre, acaba de alegrarnos el día después de una noche llena de reproches de borrachos! Después de Light My Fire, Back Door Man, y otras tres o cuatro más, se oyó la voz chillona tipo cajera de Wall Mart diciendo una pendejada tal como que buscaban al Sr Martinez. Luego silencio.

-Wey, Citlalli, ya vamonos, neta que me están gruñendo las tripas bien feo.